Ricardo Prego Reboredo es licenciado y doctor en Química por la Universidade de Santiago de Compostela Desde 1990 desarrolla su labor en el IIM, donde en la actualidad es profesor de investigación y responsable del Grupo de Biogeoquímica. Su investigación se centra en los intercambios biogeoquímicos tierra-océano (incluida la contaminación), que particulariza en fiordos, estuarios, lagunas costeras y las rías gallegas. Autor/coautor de 226 artículos científicos, su nombre aparece, desde su inicio en 2017, en el “Ranking Anual de la Universidad de Stanford”, que recoge al 2% de los científicos más influyentes del mundo.
Hablamos con él, entre otras cuestiones, de la Sala Blanca, una de las infraestructuras del IIM, y de su labor en un momento en el que se encuentra a las puertas de la jubilación.
Llevas cerca de cuatro décadas en el IIM, ¿cómo has visto evolucionar el instituto, desde el punto de vista de infraestructuras, en este tiempo?
Las memorias del IIM, que están disponibles en la biblioteca, dan cuenta de lo mucho que ha progresado, aunque el edificio sea el mismo desde 1973. A modo de anécdota: cuando llegué al IIM éramos medio centenar de personas y actualmente somos cinco veces más. Ello es fruto de una mayor investigación científica y ha precisado de más medios entre los que se incorporaron nuevas infraestructuras; sirvan como ejemplos el edificio adjunto de los acuarios, la Unidad de Apoyo Científico-Técnica, la Sala de Radioactividad, el Laboratorio Nacional de Referencia de Enfermedades de Moluscos Bivalvos o la Sala Blanca.
La Sala Blanca se aproxima a las tres décadas en funcionamiento. ¿Por qué surgió la idea de construirla?
Abordar el ciclo de las sales nutrientes en los sistemas costeros precisa un laboratorio normal con técnicas auto-analíticas; sin embargo, cuando queremos estudiar los elementos traza en el agua, por su baja presencia hay que evitar la interferencia de las partículas en aire del ambiente de trabajo y reducir su presencia al mínimo para no contaminar el procesado de las muestras. Por ello, durante el año 1996-1997 con el apoyo de Elías Fernández, ayudante de laboratorio y albañil, diseñamos y construimos una Sala Blanca con tres habitaciones: un vestidor, un laboratorio para el pretratamiento de las muestras y otro con equipos analíticos para la determinación de las concentraciones de metales y otros elementos traza. Se inauguró al año siguiente, 1998.
¿Cómo la presentarías al público general?
Las paredes y suelos tienen las esquinas redondeadas y están revestidos con PVC. Las batas son especiales, las mesas y sillas no tienen partes metálicas. La sala recibe un aire, tras ser filtrado previamente dos veces, desde su techo a través de unos tamices especiales: filtros HEPA. Además, existe una ligera sobre-presión de aire en su interior que impulsa fuera de la sala el polvo que podamos llevar con nosotros o que pudiese entrar por la doble puerta exterior al abrirse. A mayores, trabajamos dentro de pequeñas cabinas que proporcionan un cuarto filtrado del aire. Buscamos evitar las partículas en suspensión flotantes en el aire que pudiesen depositarse sobre las muestras que manejamos, por ejemplo, cuando filtramos agua, trasvasamos digestiones de sedimentos, o realizamos un análisis.
¿Cómo se ha ido adaptando a los tiempos y a las nuevas necesidades de la I+D+i?
Se ha quedado pequeña. Ahora solo está dedicada al pretratamiento de las muestras de agua, sedimento o biota. En una habitación previa, dentro de cabinas extractoras de humos, está el microondas para digerir muestras y el aparato para el lavado del material que usamos con ácidos. El equipo de ICP-MS para análisis de trazas de elementos se ha habilitado en un laboratorio aparte con un sencillo sistema de filtrado de aire. El conjunto necesita una renovación que llegará con la nueva Sala Blanca prevista en la futura sede del IIM-CSIC en el barrio vigués de Teis.
¿Qué ha supuesto para el IIM disponer de esta infraestructura durante estos años?
“Bucear” en el mundo de elementos químicos inorgánicos en los entornos río-estuario, costero y oceánico, donde se hallan presentes a concentraciones muy bajas, de nanogramos por litro, esto es, podemos llegar a determinar la concentración de unos 0,001 gramos de metal disuelto en el agua de una piscina olímpica (dos millones y medio de litros de agua). Nuestra Sala Blanca todavía es, hoy en día, la única existente en un centro marino del CSIC. Durante estas décadas ha sido una infraestructura muy fructífera, ha servido para lanzar el estudio de los elementos traza en el agua del sistema río-ría, ha permitido la publicación de un centenar de artículos científicos, servido para formar técnicos en procedimientos limpios de muestreo, pretratamiento de muestras ambientales y su análisis, además de formar doctores expertos en elementos traza en sistemas costeros.
¿Qué grupos de investigación hacen uso de ella? ¿Está abierta a grupos de otras instituciones?
La Sala Blanca y los laboratorios adjuntos que he citado anteriormente están abiertos a quien los necesite y sepa cómo trabajar bajo esas condiciones limpias. Actualmente estamos dando apoyo a nuestros colegas de Contaminación Marina del Centro Oceanográfico del IEO de Vigo. A mayores, dentro del grupo de Biogeoquímica Marina, Antonio Cobelo García dirige el “Servicio analítico para la determinación de metales en el medioambiente marino”, abierto a cualquier solicitud interna o exterior al IIM-CSIC.
Eres una persona con vocación divulgativa y, además, implicado en la difusión de la historia del IIM, tal y como se constata por tus publicaciones e iniciativas. ¿Por qué crees que es importante ir dejando constancia, a través de diversas publicaciones, de cómo evolucionan los institutos de investigación?
Cuando llegas a ser un científico en plantilla no puedes olvidarte de que el CSIC es el organismo que da cobertura a tu trabajo, lo estructura administrativa, espacial y económicamente; además, el CSIC da libertad para que cada uno marque su línea de investigación con la impagable ayuda del personal técnico. No hemos de olvidar que somos corredores de relevos, que hemos recibido una herencia y que pasaremos el testigo a otros que nos sucederán. En todo ello incide la historia de nuestros institutos, al igual que la del CSIC, que nos ayuda a reconocer nuestros orígenes y objetivos, por lo que toda publicación al respecto es básica; la historia incide, seamos conscientes o no, sobre nuestro presente y futuro. Ello ha sido la motivación para el libro ‘El Instituto de Investigaciones Pesqueras: tres décadas de historia de la investigación marina española’, del que soy coautor junto con Ángel Guerra.
Vamos a aprovechar, si te parece, esta entrevista para hablar de tu trayectoria científica. ¿Qué queda del Ricardo Prego que se licenció en Química en 1977 y que se doctoró en 1988?
Queda la ilusión y curiosidad, primero de un adolescente en la Ciencia y luego de un amante de la Química, por conocer el mundo y su funcionamiento. Llegar al mar como objeto de ciencia (y de cultura) ha sido lo más afortunado para mí. Poder investigar ese medio desde el ártico ruso hasta la banquisa antártica, desde los fiordos chilenos hasta los mares del Indico Sur es un toque de aventura y de inmersión científica que llena mis aspiraciones (junto con mi familia). Aun mantengo un toque vivo del joven que se asombra ante la naturaleza, que disfruta con su estudio y con la lectura de libros de divulgación científica y de historia.
¿Qué perspectivas tienes para los meses que te quedan en plantilla? ¿Qué te gustaría alcanzar en este tiempo? ¿Cuáles crees que han sido los principales resultados alcanzados en tu línea de investigación, tanto por otros grupos como por tu grupo?
Estoy revisando papeles almacenados y archivos informáticos del trabajo que he realizado durante estos cuarenta años que llevo en el IIM-CSIC. Guardo lo importante y lo que queda pendiente de estudio y publicación, pues Manuel Varela† y yo con los proyectos financiados sobre las rías gallegas hemos hecho lo previsto y más. También algo de mi tiempo lo dedico a redactar una sucinta memoria de mis contribuciones pasadas. A bote pronto puedo destacar la aportación al conocimiento de las rías gallegas desde sus fronteras fluvial, sedimentaria, atmosférica, antropogénica y oceánica (incluido el papel relevante del afloramiento de Galicia) con la perspectiva de otros sistemas costeros y el inicio e impulso del estudio de los elementos traza en ellas. Es motivo personal de orgullo el que los siete doctorandos y los tres posdoc que he dirigido se dedican a la investigación, están en el CSIC, IEO, AZTI, la universidad de Kiel, de Santiago de Compostela, de Vigo, la Agencia Espacial Europea y en el mexicano Centro Interdisciplinario de Ciencias Marinas.
¿En qué investigaciones estás inmerso?
Estoy en tres proyectos de investigación, como apoyo a mis compañeros del IIM-CSIC, que son sus IPs. Estoy disfrutando con el proyecto de Carmen González Castro que se desarrolla en la ría de Muros, pues era la única ría que me quedaba por investigar (exceptuando la de Foz).
¿Has decidido ya si vas a solicitar continuar con ad honorem?
Si, está en mi intención el solicitar ser admitido en el CSIC como científico ad honorem, los proyectos en los que estoy llegan hasta finales del año 2027. A mayores, si la salud me acompaña, con la base de datos que tengo nacida de los proyectos y el “hecho lo previsto y más” deseo escribir, al menos, una docena de artículos, parte de ellos dedicados a los aportes fluviales a las rías, poco considerados hasta el presente, y sobre los elementos de las tierras raras en agua, biota y sedimento en el medioambiente gallego. Finalmente, atender a la tesis de Gonzalo Farinango de la cual soy codirector.
¿Qué le dirías a las personas que continúen con tu línea de investigación? ¿A qué retos crees que se enfrentan?
En estos 40 en el IIM-CSIC años he vivido la llegada de la informática, internet, la telefonía móvil… muchos avances que nos ayudan en nuestro trabajo pero que nos atan y hacen de nosotros científicos “conectados” a tiempo total: casi 24 horas al día los siete días de la semana. Echo en falta la tranquilidad de finales del siglo pasado que me ofrecía calma para pensar, es “El Silencio Creador” que cita Federico Delclaux en su libro. Me gusta “perder el tiempo” en temas que parecen innecesarios, aunque más adelante han resultado de ayuda, sin proponérmelo, como el libro de divulgación “Las Tierras Raras” de la colección ¿Qué sabemos de? o sobre el conferencias, como “¿Una sala blanca es un laboratorio pintado de blanco?”.
¿A qué retos crees que se enfrentan?
Hallar momentos de calma, junto con que intentaran mantener una misma línea de investigación a lo largo de los años. En mi caso son las rías gallegas. No es fácil pues los científicos estamos condicionados por la financiación a través de proyectos.